jueves, 13 de febrero de 2014

De libros y de la ciudad condal: "El aire que respiras" de Care Santos


Acabo de terminar un libro que me ha emocionado y que he devorado en dos vuelos transoceánicos. Estas son las pequeñas delicias que esconden los viajes de negocios: horas solitarias en aeropuertos, en aviones, en largas colas de control de pasaportes. Horas sin teléfono, sin internet y sin mucho más que hacer más que dejarse atrapar por la lectura. Si además coincide que la lectura engancha, olvidas las razones que te sacaron de casa.




Lo elegí un poco al azar: me pareció curioso que tras un título tan de novela romántica, se hubiera escrito un libro sobre libros. Eso es todo cuanto sabía y fue suficiente para comprarlo y empezar a leer. Sin embargo, su lectura ha sobrepasado mis expectativas.



A posteriori he buscado las críticas, que las hay. Y todas coinciden en la maestría técnica de la construcción de la novela: estructura sólida, personajes definidos, tono adecuado, riqueza, entretenida. En definitiva –y no es poco- muy bien escrita.



Sin embargo, a mí no sólo me ha cautivado a nivel intelectual; también ha conseguido mantener mi atención hasta no saber cómo parar, hasta dejar que la comida cayera sobre la pantalla de e-book.



La autora nos introduce en el viejo juego del libro dentro del libro hasta hacernos creer que el que estamos leyendo es sobre el que, precisamente, estamos leyendo y, de hecho, se nos expone su construcción a través de la vida del personaje -¿personaje?- de la escritora contemporánea que, sin habérselo propuesto, acaba investigando en una librería de viejo de Barcelona, donde encuentra unos documentos cuyo estudio le llevan a escribir una novela. En este punto se nos empuja a un nivel más de la ficción que nos transporta a la Barcelona napoleónica.


La novela es una delicia para los que amamos Barcelona y la cultura del libro porque la trama te pasea por las callejuelas, te sube y baja la Rambla, te detiene en los antiguos templos y te aprisiona entre las dichosas murallas. Y todo esto, lo hace para perseguir a ladrones de libros, presenciar tertulias incluso con el más allá, desenterrar muertos en todos los sentidos posibles, ocultar valiosos manuscritos, descubrir encuadernaciones reveladoras, o toparse con librerías a las que se regresa una y otra vez.


Una puesta en abismo en el espacio y el tiempo en la que cabe aún un nivel más, el de la historia escrita, que se hace presente a través de biografías breves de personajes curiosos que, en la novela, también se mueven entre el límite de la historia, las historias y la Historia.



Para mí fue suficiente con encontrar estos extractos deliciosos que bien merecen caligrafiarse con letra preciosa, puntiaguda y lenta:



“… se encomendó a San Agustín, santo patrón de los impresores; a San Juan Evangelista, fiador de los tipógrafos; a santa Teresa de Jesús, valedora de los escritores; a san Juan de Dios, paladín de los encuadernadores y a san Jerónimo, protector de los mercaderes de libros”

“… entre las páginas de los libros antiguos se esconden las ánimas de quienes los amaron, y allí conviven, en buena compañía con el papel y la tinta, para siempre”

“Así, mirando las cuarenta y dos líneas impresas sobre pergamino y la capitular miniada, entreverada de motivos vegetales que se extienden por toda la página como la muerte sobre sus retinas, … agota los últimos segundos de su estancia en este mundo”

“Ni siquiera aprendió a manejar un ordenador. Consideraba un lujo mantenerse apegado a los métodos de siempre. Incluso la pluma estilográfica le parecía demasiado moderna y prefería sumergir el plumín en un tintero de cristal que le aguardaba, en su incongruente resignación, sobre la madera de roble de su escritorio. Escribía largas y hermosas cartas, de caligrafía difícil”



“Competían todo el tiempo por ver quien había acariciado el incunable más raro, el impreso más antiguo, el códice más iluminado…”



Y despedimos esta entrada con la frase con la que abre El aire que respiras:



“Los libros tienen su destino” (Terenciano Mauro)

Aquí tenéis un video promocional: 

viernes, 7 de febrero de 2014

Lo que he leído en la calle

Después de algunos meses, volvemos a la carga. Últimamente estamos encontrando textos y lugares maravillosos que estamos deseando compartir con nuestros seguidores.

Hoy, por razones de trabajo y por pura casualidad, he encontrado este fragmento de texto:

LO QUE HE LEÍDO EN LA CALLE

He continuado la lectura de los rótulos de la calle, y les aseguro que me resulta un pasatiempo cada vez más interesante e instructivo. Con permiso de ustedes voy a continuar la enumeración anterior:
El celeste Imperio. Artículos de China y Japón. -Máquinas de escribir.- Academia de pintura.- Calzados a precios de fábrica.- Teatro Variedades. Cinematógrafo y Titiriteros (...) y continúa. Lo acompaña esta ilustración:


Curiosamente, el texto es casi clavadito al que escribiera  Guilles Ivain en su "Formulario para un nuevo urbanismo"  de 1953, y que se incluyó en el número 1 de la Internacional Situacionista:

Nos aburrimos en la ciudad, La poesía de los carteles ha durado veinte años. (...) Nos aburrimos en la ciudad, tenemos que pringarnos para descubrir misterios todavía en los carteles de la calle, último estado del humor y de la poesía.
Baños de los Patriarcas
Máquinas de charcutería
Zoo de Nuestra Señora
Farmacia deportiva
Alimentación de los Mártires
Hormigón translúcido (...)


Y, a su vez, me ha recordado al planteamiento de la ciudad que Louis Aragon desarrolla en Le Paysan de Paris en 1926 y donde el trazado urbano aparece como un jeroglífico transitable en el que uno se sumerge como lo hace en la lectura concentrada de un libro sólo que, este entramado de carteles, no tienen sentido lineal.

En efecto, el rastreo nos lleva al París anterior a los años 20 donde la distracción propiciada por la flânerie invitaba a la lectura embobada de los primeros carteles callejeros, a la par que a la celebración de la ciudad moderna. 


Aún anterior, hacia 1913 Apollinaire expresaba su fascinación y estupefacción hacia lo urbano en Zone:

... las inscripciones de los letreros y de las paredes
las chapas de los anuncios chillan como loros
Amo la gracia de esta calle industrial
Situada en París entre la calle Aumont-Théville
y la avenida des Termes


Lo sorprendente del texto que yo he encontrado esta mañana, es que ni es absolutamente moderno, ni es francés sino que, por el contrario, sorprende por lo castizo y por su fecha; se trata de la edición de 1922 del Catón Moderno, el manual con el que se aprendía a leer en la España del turnismo político de Alfonso XIII. ¡Sorpresas de nuestra historia!